En la madrugada del 10 de julio, el H. Aurelio partía a las manos del Padre.
Transcribimos el texto que sirvió de introducción a la Eucaristía en el día de su funeral.
Querido H. Aurelio. Aunque los médicos nos habían avisado de la gravedad de tu enfermedad y aunque tú mismo habías comentado que ya no dabas para más, la partida hacia la eternidad siempre nos deja desarmados a los que quedan /quedamos bregando con la vida. Los últimos meses, cuando tu corazón nos avisó de que el oxígeno no era suficiente, mantuviste tu entereza y tu ánimo de forma ejemplar y aunque te impidió dedicarle tiempo a tu querida carpintería, no perdiste el ánimo para seguir jugando tus partidas de cartas con los Hermanos.
Hoy, estoy seguro que no sólo tu familia, los Hermanos y conocidos lloramos tu pérdida; hoy también llorarán nuestras casas y colegios a los que dedicaste tanto empeño por reparar, mantener y adecentar, con ese don innato para la carpintería, vivo ejemplo de san José, que lo mismo nos arreglabas una silla como preparabas un comedero para los pájaros, o una casa para las gallinas… eras incansable.
Nos ha dejado un poco solos, Aurelio, aunque estoy seguro que ya nos acompañas con esa otra presencia, la presencia que cuenta y vale para siempre: junto al H. Gabriel en los brazos del Padre. Sé que desde allí nos miras y cuidas con la misma dedicación y entrega que has vivido estos más de 69 años de consagración al Señor como Hermano de la Sagrada Familia.
En estos días de retiro espiritual has sido capaz de llevar hasta las últimas consecuencias el lema que nos ha presidido: “Felices en su luz”, así eras, práctico hasta en lo espiritual. Termino con unas palabras del Prólogo de nuestras Constituciones, sabiendo que hoy nos hablan de ti.
Hermano, ama a tu Congregación.
Recuerda que en la humilde
casa de Nazaret
encontrarás la sabiduría
que te guiará en la vida.
En las dificultades
no te separes de Jesús, María y José.
Contémplalos como familia, tu familia,
ámalos y confía en ellos.
Que su humildad profunda,
su sencillez,
su confianza en el plan de Dios,
su caridad llenen tu vida.
No busques notoriedad o distinción
ni en la Iglesia ni en el mundo.
Ama a cada uno de tus Hermanos
y a cuantos ponga Dios en tu camino
con sencillez, alegría y humildad.
Por tu consagración
Cristo te ha hecho testigo
del amor del Padre a los hombres.
Gracias, H. Aurelio, por tu vida entregada, por tu fidelidad y por tu presencia.